Se dice que la parte más difícil de cualquier viaje o proyecto es el comienzo. Y esta es una gran afirmación, sin lugar a duda. Sin embargo, esto no ocurre en enero, cuando nos trazamos metas para el nuevo año. Y es que solemos empezar con un entusiasmo desbordado y una gran motivación que, con frecuencia, se van disipando con el pasar de los meses, hasta llegar a un punto en el que simplemente nos conformamos con una pequeña victoria o nos desilusionamos y dejamos a medio camino lo que habíamos iniciado. Tristemente, esto nos lleva a caer en un círculo vicioso que nos impide avanzar y desarrollar nuestro enorme potencial y nuestros dones, llenándonos de conformismo, desconfianza y frustración.
Ahora bien, ¿por qué escribir una nota sobre algo tan lejano como los propósitos de enero estando ya a mediados de julio? Bien, porque ya llevamos medio año recorrido y valdría la pena hacer un alto en el camino para revisar nuestro progreso, o la falta de este. ¡Pues no olvidemos que aún tenemos medio año por delante! Por lo tanto, ¿De qué nos sirve caer en la frustración por las metas fallidas o dormirnos en los laureles con los logros obtenidos? ¿No sería mejor reflexionar acerca de los errores y asumirlos no como fracasos, sino como escalones de aprendizaje hacia el éxito? ¿No sería más inteligente seguir haciendo lo que nos ha funcionado y perfeccionarlo cada vez más, en lugar de sentirnos conformes con las pequeñas victorias que hemos logrado y quedarnos estancados en ellas?
Es cierto que la vida no va en línea recta y que no todo lo que tenemos planeado se puede llevar a cabo en el momento deseado. La cotidianidad nos lanza golpes inesperados, inevitables, y muchas veces complejos que, a menudo, nos desorientan haciéndonos perder el rumbo. Una enfermedad, una crisis de pareja, un despido laboral, etc., son eventos que obviamente requieren nuestra mayor atención. Y si bien es imperativo que intentemos hacer todo lo que esté en nuestras manos para mantenernos en pie, no deberíamos olvidar nuestros propósitos, pues si decidimos emprenderlos en primer lugar, lo hicimos con un fin claro, que es el de darle un mayor sentido a nuestras vidas.
Desde luego que no es fácil mantenernos enfocados ni sentirnos motivados todo el tiempo, pero tener ese sentido de propósito nos da fuerzas para seguir adelante, incluso en los momentos más difíciles, ya que por más desvíos o pausas que a veces nos veamos obligados a tomar, siempre tendremos claro un norte, así la vida nos lleve por otro camino.

Dicho esto, y teniendo en mente que nunca estaremos exentos de eventos extraordinarios, lograr mantenernos encarrilados hacia nuestros propósitos depende de nuestra mentalidad, nuestra actitud y nuestra disciplina, así sea dando pequeños pasos. Y es aquí donde radica la gran diferencia entre aquellos que logran el éxito y quienes se quedan esperando a que les llegue por casualidad.
En relación con los propósitos y con nuestra disposición hacia ellos, el Dr. Jordan Peterson habla del pasaje de Mateo 7: 7-8:
“Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre”.
En su enfoque sobre este pasaje, Peterson nos insta a tomar acción, a reorientarnos hacia nuestros propósitos y a que todas nuestras acciones se encaminen hacia aquello que deseamos de todo corazón, pues las cosas no ocurren si nosotros no hacemos el trabajo que nos corresponde para llegar a esos fines deseados.
Aún estamos a tiempo de retomar aquello que dejamos por la mitad o de continuar cosechando logros que nos acerquen a nuestros propósitos. Lo importante es perseverar y lograr incorporar en nuestras vidas acciones idóneas de manera sostenible. Dicho esto, y ojalá con una nueva visión que nos impulse, resulta bastante oportuno recordar aquel viejo adagio latinoamericano que reza:
“A Dios rogando y con el mazo dando”.

Juan Pablo Benítez Quintero
Translation Services Coordinator